Malvinas: diario del regreso - Edgardo Esteban - Ediciones de La Paz

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El volver a las islas

 

Siempre sentí la necesidad de volver a las islas. Tal vez porque intuía que, si no pisaba nuevamente Malvinas, jamás podría cerrar aquel camino que comenzó un 2 de abril de 1982. Necesitaba ganarle a la guerra, a mi propia guerra: esa que se alojaba en mi mente, me quitaba la paz y me acechaba con sus fantasmas y sus muertos.

 

Nunca perdí la esperanza de regresar. Soñaba con volver, con visitar las tumbas, con reencontrarme con aquellos lugares que me marcaron para siempre cuando tenía apenas diecinueve años. Lugares que, sé, no olvidaré jamás.

 

En agosto de 1999, tuve la posibilidad de regresar, en el primer viaje permitido a ciudadanos argentinos desde el conflicto. Fue, en muchos sentidos, una forma de cerrar heridas. Sobre la turba mojada, entre los restos que dejó la guerra, encontré una zapatilla Flecha, ese calzado que nos acompañaba en los crudos días del conflicto. Era una huella viva de nuestro paso.

 

Los recuerdos de la guerra están grabados en mi cuerpo. Son marcas que no se borran. Necesitaba enfrentar ese pasado, sanar, cicatrizar, y dejar parte de mi dolor en esas islas. Volver era una necesidad: por mí, por mi familia, por mi madre. Y también por tantos jóvenes que, con apenas dieciocho años, dejaron allí sus sueños, sus proyectos, sus vidas. Por aquellos que enterraron sus sonrisas y nunca más recuperaron la alegría de vivir.

 

Hoy, a cuarenta y tres años de haber vivido la guerra y más de veinticinco de aquel viaje de regreso, deseo que estas palabras sirvan para que las nuevas generaciones comprendan lo que significó Malvinas para quienes estuvimos allí. Fue un acontecimiento que nos marcó profundamente y que sigue siendo parte esencial de nuestra historia y de nuestro reclamo de soberanía.

 

Volver a las islas era mi asignatura pendiente. Y no iba a descansar hasta cumplirla.

Quienes me conocen lo saben muy bien.